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ISSN 1989-4163

NUMERO 97 - NOVIEMBRE 2018

Con la Navidad en el Horizonte

Inés Matute

No son pocos los amigos y allegados que me consultan, dado que se supone que los coaches tenemos un remedio casi mágico para todo, acerca de la Navidad y todo lo que la rodea, es decir, celebraciones familiares, regalos en los días señalados y convivencia forzosa con el cuñado o la suegra tocapelotas. Hace un par de días, justamente, hablaba de las fiestas con una amiga que se enfrenta al roce con la parte política con prevención y amargura anticipadas. Dos cafés más tarde ya destripábamos los que supone ser “un buen anfitrión”, en general. Dados los tiempos que corren, parece ser que el tema del fumacheo (fumar o no permitir fumar en la mesa), la dieta equilibrada (se acabaron las cenas pantagruélicas en las que dominan las fritangas y los dulces) y la política (¡no gracias!) son cuestiones a tener muy en cuenta.

Nuestras conclusiones al respecto fueron las siguientes, y que alguien me corrija si perdimos el norte en algún momento del debate:

  • El buen anfitrión se viste de Nochevieja solo en Nochevieja, los demás días irá elegante o casual pero sin caer ni en la estridencia ni en la campechanía. Quiere esto decir que le declaramos la guerra a las lentejuelas y los vestidos a lo Jessica Rabbit, pero también el chándal cutre y a la chaqueta del pijama.
  • El anfitrión ideal no martiriza a nadie con vídeos o fotos de sus últimas vacaciones, entre otros motivos porque está más pendiente de las necesidades de los invitados que del hecho de epatarles con su tren de vida. Para quedar como el rey del Mambo ya está Facebook, y que chismorree en nuestras vidas quien se sienta llamado a ello y no tenga otra cosa mejor que hacer.
  • El buen anfitrión intentará esquivar las conversaciones de índole política, no vaya a ser que el primo de Podemos o el “indepe” tenga un encontronazo con el pariente fachita, y que la cosa llegue a las manos por el traslado de los restos de Franco a la catedral de la Almudaina o a la parroquia del Santo Olvido. Porque, de todos es sabido que nuestro anfitrión es apolítico, es decir, de derechas pero con nulas ganas de bulla.
  • El anfitrión fetén no te insiste para que cojas otro huevito relleno ni te ofrece un tupper para que te lleves las sobras de la ensaladilla, por más que algún soltero, divorciado o malcomido tire de restos hasta que el estómago reviente o encuentre al fin el abrelatas.
  • El anfitrión que nos gusta nos recuerda que en la mesa hay tantas personas que fuman como las hay que se han quitado del vicio, pero no tiene reparos en ofrecer puros a quienes por consideración se retiran al balcón a echar un pitillo. Los mismos derechos tienen los fumadores que aquellos que prefieren respirar un aire limpio. Y aquí sí que no hubo concesiones, por más que las dos seamos fumadoras.
  • Un anfitrión como Dios manda no nos pide que compremos hielo por el camino, o que llevemos azafrán para la paella (se le ha terminado el colorante Carmencita y no lo ha repuesto) o que serían de agradecer un par de botellas de vino. Ya lo sabemos. El vino, las flores o los bombones los llevamos nosotros: odiamos ir a casa ajena con las manos en los bolsillos.
  • El buen anfitrión no se hace la picha un lío con tu abrigo y tu bolso, ni los tira sobre la cama descuidadamente. Los guarda en el armario de cortesía y te acompaña luego a recogerlos, cuando la velada no da más de sí o decides irte a tu casa a ver una de vampiros. Naturalmente alabará lo bien que te queda el modelito o tu originalidad cuando te vistes para un evento, porque el B.A (permitidme llamarle así) nos seduce desde el minuto uno, y no cuando tintinean en el vaso los cubitos del primer gin tonic.
  • El buen anfitrión, en general, consigue que todo el mundo se sienta a gusto mientras él pasa desapercibido entre el trajín de los platos y el ruido de fondo.

Y todo esto, entiendo, también es válido para las próximas fiestas, a las que todos nos sumaremos con las mejores intenciones y una sonrisa postiza. ¿Qué opináis, nos hemos equivocado mucho?

 


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